2 de febrero de 2012

Pupila de águila

[...] Igor acusó el impacto de aquellas palabras. Y una vez más en vez de reaccionar contra ellas, en vez de buscar una respuesta o, al menos, una salida airosa, se replegó dentro de sí mismo, empequeñeciéndose poco a poco ante la mirada de aquella chica con la que tan agusto se sentía. Cuando se dio cuenta, ya estaba acurrucado en el pliege más oculto de su caparazón. [...]

Y algo de eso debió percibir Martina, porque de pronto comenzó a asustarse.
- ¡Igor! -grito-. ¡Igor! ¿Estás bien? ¡Dime algo! ¡Habla!

Abandonó su asiento y se sentó junto a Igor, que era presa de una agitación; lo cogió con firmeza y lo zarandeó varias veces. Igor era un muñeco de trapo.


(Alfredo Gómez Cerdá-Pupila de águila)

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