4 de diciembre de 2011

Punto y final

Es triste despedirse de esta manera. Ójala puedira decir adiós a cada persona de mi vida.

Que nadie se atreva a llamarme loco, que nadie diga que fui un cobarde. La decisión es tan íntima que jamás ninguna persona podrá entenderlo y, por tanto, no estar en mi lugar no da derecho a juzgarme.

La idea de dejar de vivir me acelera tanto el pulso que mi pecho estalla, tiemblo, y me salen arcadas desde mis tripas, pero mi mente está tranquila. Aunque mi cuerpo se agarrote y tenga frío, a pesar de que intente convencerme como un animal y su instinto de supervivencia, lo tengo claro.

Dejaré de hablar, de escribir, de existir, dejaré de ser... que no pese en vuestra conciencia.

Adiós.